Es un llamado a vivir una comunión como la de la Cruz: primero vertical, entre cada uno de nosotros y Dios, y luego horizontal, entre hermanos. Creemos que esa comunión con el Padre debe reflejarse en relaciones sanas, reconciliadas y profundas dentro del cuerpo de Cristo.

Se nos ha enseñado mucho a vivir como hijos, pero poco a vivir como hermanos. Y hoy más que nunca, necesitamos recuperar el modelo de comunión que vemos en la Trinidad, y unirnos al clamor de Jesús en Juan 17:21: “Padre, que todos sean uno, como tú y yo somos uno.”

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Esa Perfecta Comunión es también la que vemos en el camino a Emaús: Jesús caminando con sus discípulos, revelándose en la conversación, y terminando al cenar juntos en la mesa. Es eso lo que anhelamos: caminar con Él, y sentarnos juntos a la mesa.